Visita a la bodega Bien de Altura: donde Carmelo Peña embotella paisajes
Bebemos vino canario bajo la niebla de Bandama | Más de cinco siglos después de los primeros viñedos de Gran Canaria
El cielo estaba completamente blanco el día que conocimos en persona la bodega Bien de Altura, la “cocina” de Carmelo Peña. Un proyecto nacido en Gran Canaria con una idea clara: embotellar paisajes.
En esta tarde de octubre, la niebla se ha adueñado del monte: un lugar marcado por las cicatrices de antiguas erupciones volcánicas, donde las nubes se cuelan entre calles de laureles y senderos de picón, pintando cada arbusto de diminutas gotas de agua.
Frente al portón de madera, una sonriente Alba Bernal nos recibe en medio de aquel ambiente casi fantasmagórico.
Mientras el grupo avanza, la sumiller canaria explica cómo la Caldera y el Pico de Bandama, hoy envueltos en un tul de agua, deben su nombre a un holandés de origen flamenco llamado Daniel Van Damme1, cuyo apellido daría lugar al topónimo Bandama.
Más de quinientos años después, un grupo de personas se reúne para conocer el lugar donde Carmelo Peña elabora los vinos de Bien de Altura.
En el entorno de la bodega se mezclan cepas centenarias con otras más jóvenes —de entre treinta y cuarenta años— que crecen junto al lugar donde antaño se extendía un bosque de laurisilva, el mismo paisaje que dio origen a la antigua Denominación de Origen Monte Lentiscal, la primera de la isla.
La intención aquí es recuperar el entorno y devolverle vida al paisaje, en una forma de viticultura heroica que, por su esfuerzo y desnivel, recuerda a los viñedos de la Ribeira Sacra —región gallega de viñedos en laderas escarpadas—.
La visita, organizada por Chaxiraxi Triana, propietaria de la tienda Canary Wine, nos permite recorrer la bodega y probar distintas etapas del vino, desde su fermentación hasta la botella.
Mientras probamos los proto-vinos directamente desde los depósitos, percibimos la esencia de los viñedos de San Mateo, situados entre los 1.100 y 1.500 metros de altitud, donde Carmelo elabora vinos que reflejan las condiciones extremas de la montaña para dejar que el lugar hable.
La vendimia se realiza a mano; después, las uvas se prensan y maceran en tanques de acero inoxidable antes del descube. El vino pasa luego entre un año y un año y medio en barrica, y al menos otro en botella, donde gana concentración, equilibrio y armonía. Dentro de ese espíritu nacen vinos como Ikewen, Sansofi, Tidao y Elemento:
En Bien de Altura, Carmelo trabaja con racimos completos, evitando la máxima extracción para respetar el equilibrio natural del vino. No hay recetas fijas: el proceso se guía por la cata constante y la intuición, y cada añada marca su propio ritmo.
“Lo único que intento —explica Carmelo— es que el vino no se salga del camino. Al final, el vino es lo que quiera ser”
En 2024, por ejemplo, las uvas fueron más pequeñas dando lugar a un caldo más astringente, así que el enólogo redujo el tiempo de maceración para suavizar los taninos.
En colaboración con un geólogo, el viticultor estudia las zonas del viñedo para comprender cómo influyen los distintos tipos de suelo en el vino.
“Las viñas más bajas —comenta Alba— reciben más horas de luz, lo que se traduce en vinos más luminosos y directos; las más altas, en cambio, ofrecen tensión”
Bernal añade que el sol de la tarde deja en ellos la elegancia de “un bronceado dorado”.
La visita termina con una degustación de quesos y una cata de vinos. Con la sensación de estar siendo observados por un gran fantasma volcánico: el Pico de Bandama, que se alza en el cielo de forma silenciosa, recordamos, en este día húmedo y fresco, que todo en este paisaje —también el vino— ha nacido del fuego.
Un poco de historia
En Gran Canaria se cultiva vid desde el siglo XV. Tras la conquista castellana, los colonos trajeron cepas de sus lugares de origen para el consumo propio y litúrgico. En un territorio tan reducido llegaron a cultivarse cerca de un centenar de variedades, de las que hoy una veintena están autorizadas bajo la Denominación de Origen Gran Canaria.
El clima templado y los suelos volcánicos favorecieron una viticultura que, desde el siglo XVI, alcanzó renombre en Europa y América gracias al célebre Malmsey Canary Wine, exportado a Inglaterra y Holanda. Entre sus uvas más reconocidas figuran la Malvasía Aromática, mencionada incluso en las obras de Shakespeare, y la Listán Negro, hoy símbolo de la viticultura insular.
Aunque las variedades tintas representan alrededor del 70 % de la producción, merece la pena prestar atención a los vinos blancos, rosados, espumosos y dulces que se elaboran en la isla. La actual Denominación de Origen Gran Canaria fue aprobada en 2006, tras la fusión de las antiguas D.O. Monte Lentiscal y Gran Canaria.
La diversidad orográfica y climática de la isla ha dado lugar a una riqueza vinícola excepcional, donde cada ladera y altitud ofrecen un vino distinto.
La familia Van Damme llegó a Gran Canaria a mediados del siglo XVI. El joven patriarca exportaba azúcar y vino e importaba telas y objetos de valor. Hacia finales del siglo XVI adquirió las tierras de Bandama y fue el primero en plantar viñedos en sus laderas volcánicas.









